La Musa sigue con la impertinencia
de ser como el Guadiana, escurridiza,
No entiendo la verdad esa enfermiza
manera de adorar la intermitencia.
El verbo sufre tales contingencias
de idas y venidas que aterriza
y a modo de epitafio da con tiza
su rúbrica a la piel de la paciencia.
El caso es que este ritmo sincopado
de ausencias y papel inmaculado.
me enerva pero en fin, me da vidilla
No negaré que el vértigo es más fuerte
conforme va acercándose la muerte...
¡Ay, Musa... ya me tiemblan las rodillas!
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